jueves, 16 de mayo de 2013

Rock'n'roll road trip

Tanto silencio tiene una respuesta a gritos: que no he parado. Todo empezó el sábado 27 de abril, cuando tomé no un vuelo sino dos a Madrid. La política de cancelación de vuelos Madrid - Venecia sigue su curso, así que si ya era antes difícil encontrar algo decente cada vez lo va siendo aún un poco más. En fin, no quedó otro remedio que probar una nueva ruta. Ésta fue Trieste - Londres Stansted - Madrid, todo ello con Ryanair. Estaba comprado con tiempo, por lo que no fue ni caro ni barato. Tampoco excesivamente práctico, pero la verdad es que el viaje no supuso más horas que en otras ocasiones. Llegamos con la noche ya entrada, una cena de pasta con la familia y a acostarse, porque al día siguiente tenía cita con uno de los mayores retos físicos de mi vida. Si os acordáis hace un tiempo me dio por empezar a correr. Después de los diez kilómetros había que dar un paso adelante y me apunté al medio maratón del Rock'n'roll Maratón de Madrid. Con el "extraordinario" tiempo que está haciendo este año no pude empezar a entrenar hasta finales de febrero, y aún así me tocó hacerlo la mayoría de las veces con nieve, frío o lluvia. Pero pude entrenar bastante por Liubliana (este año cambié Rožnik por Celovška Cesta) y Bled (una maravilla correr alrededor del lago), aunque no tanto como me hubiera gustado. Lo máximo que llegué a correr en un entrenamiento fueron 16 kilómetros, por lo que tenía alguna duda al respecto. Al final todo salió bien, solo un poco de sufrimiento muscular en los últimos kilómetros. La marca fue de 1:51:53, nada mal para ser la primera vez y en unos registros muy similares a los de los 10 kilómetros de Liubliana.

Foto de cretino absoluto

Además de esto y de ver a la familia y a los amigos la otra gran razón del viaje era recoger al fin el Citroen C3 que compramos allí en Navidades. Para volver con él a Eslovenia, claro. En esta ocasión Monika y yo fuimos con un par de amigos eslovenos, por compartir gastos y distribuir las horas de conducción, pero a fin de cuentas acabé prácticamente conduciendo yo casi al completo los 2.200 kilómetros que hicimos. A Madrid le separan unos 2.050 kilómetros de la capital eslovena, pero decidimos dar un poco de vuelta para ver algún lugar que nos apetecía. El viaje lo planeamos con tiempo y lo decidimos hacer en tres días. La primera jornada fue de Madrid a Castries, un pueblo cerquita de Montpellier donde habíamos reservado el hotel, barato y bastante aceptable. Fue el día de mayor kilometraje, con 980 kilómetros al volante sin relevos. Pero no se me hizo muy duro, probablemente porque las autopistas españolas fueron las mejores de todo el camino. Llegamos sin problemas sin GPS ni mierdas así, aunque justo la cagamos en la misma calle del hotel intentando entrar en una casa particular. Esa misma noche dimos una vuelta por el pueblo, muy coqueto, y a la mañana siguiente visitamos Montpellier. Es una bonita ciudad de la costa sur francesa con orígenes medievales. No me gusta reconocerlo, pero me gustó Francia más de lo esperado en mi primera vez, ¡y los franceses no me parecieron tan desagradables como pensaba!

Una sorprendente cantera en Castries
No solo en Segovia hay acueductos
Ya en Montpellier hicimos un nuevo colega, Luis XIV
Esto es la France, amigos

El segundo día era en el que habíamos de cruzar toda la Costa Azul para adentrarnos en Italia. Al poco de dejar Montpellier la carretera se fue convirtiendo en una sucesión interminable (¡más de 200 kilómetros!) de viaductos, túneles y subidas y bajadas, todo ello con una gran pendiente sobre el mar, a cuya orilla quedaban lugares como Cannes, Niza, Mónaco o San Remo y Génova ya en Italia. Una carretera muy bonita pero de desgaste al volante, así que tuve que dejarle un rato a Monika. Nuestro destino era Cinque Terre, el cual nos costaría encontrar un poco más esta vez. No nos quedamos en ninguno de los famosos cinco pueblos, pues los precios eran prohibitivos, sino en Biassa, un pueblo también muy pintoresco en las colinas sobre el mar. A la mañana siguiente tan solo visitaríamos uno de los más famosos, Riomaggiore, pues el aguacero que caía no era muy placentero. Aguacero que nos acompañó en gran parte del camino de vuelta a Eslovenia, donde llegamos ya caída la tarde del domingo para descansar lo mínimo y levantarse al día siguiente para continuar con la rutina del trabajo.

Biassa
Cinque Terre
La máquina junto al acantilado
Riomaggiore
Conduciendo a través del corazón de la tormenta

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