domingo, 21 de julio de 2013

Krk in še marsikaj

Este verano, a diferencia del pasado, me quedo aquí. Cosas de tener un trabajo de verdad. Lo cual supone también que otro año más no voy a poder tener muchas vacaciones con Monika, porque ella tiene un trabajo de verano que está bastante bien y del que hable tal vez algún día por aquí. Uno de los pocos fines de semana que teníamos libres los dos lo aprovechamos para volver a Croacia, dos años después. El hecho de tener coche nos permitió dar un paso más e ir a una de las miles islas croatas. Una incongruencia que te puedes permitir gracias a que la isla de Krk (sí, así, sin vocales) está conectada al continente por un espectacular puente. Se debe a que está muy cerca de tierra firme, a poca distancia de la Península de Istria y de Rijeka, tercera ciudad del país y que dejamos a un lado. Salimos el viernes nada más terminar de trabajar y nos esperaban más de tres horas de viaje, cruzando una comarc de Eslovenia por la que nunca había pasado con una carretera muy bonita pero poco práctica. Sorprendente la cantidad de puestos para cambiar moneda en el último pueblo esloveno antes de la frontera, en la que tuvimos que mostrar nuestras identificaciones a pesar de la muy reciente entrada de Croacia en la Unión Europea. Y es que aún no forman parte del Espacio Schengen. No menos boquiabierto me dejó el hecho de que la enrevesada carretera eslovena diera paso a autopista nada más entrar en Croacia. Los croatas saben que tienen que cuidar el turismo.

El castillo de Rijeka desde el coche

La isla de Krk es la que se encuentra más al norte del país y con unas dimensiones importantes es la segunda más grande. Obviamente es un punto importante para el turismo de sol y playa, más si cabe por su cercanía por carretera a Centroeuropa. Es conocida por ser la isla a la que van los eslovenos, pero aquello también estaba repleto de alemanes, austriacos y muchísimos checos. También se podían ver bastantes coches eslovacos, polacos e incluso daneses y suecos. Vamos, que era casi una nueva Babilonia. Son diferentes las localidades que reciben todo este turismo. Nosotros nos encaminamos a la capital de la isla, con el mismo nombre de Krk. Nos costó bastante encontrar el alojamiento, un Hostel Krk que resultaría una mala elección. Habíamos reservado una habitación doble y nos pondrían en una con cuatro camas. La noche del viernes la pasaríamos solos, pero el sábado tuvimos que quejarnos para que nos cambiaran de habitación porque había otras dos personas, además de cucarachas. En todo caso era bastante cutre y por la noche tocaba una banda típica croata formada por niños que parecía una broma de mal gusto. Creo que ya vamos teniendo una edad para empezar a ser más exigentes la próxima vez. Al menos la ciudad era bastante bonita, muy similares a las istrianas, con su casco antiguo fortificado que da al mar y sus callejuelas estrechas y con pendiente. La ciudad estaba dominada por un cardus y un decumanus gracias a su origen romano. Todo esto lo pudimos apreciar en bonitos paseos. Los restaurantes y su pescado no destacaban especialmente y las playas, que solo probamos el viernes por la tarde nada más llegar tampoco es que fueran muy tentadoras con su hormigón y sus rocas. Por cierto, el mar Adriático estuvo helado todo el fin de semana.

Un atardecer en Krk

El sábado decidimos pasarlo entero en Baška, un pueblo no tan antiguo y que se acerca más a los cánones del turismo de playa. Fuimos en coche prontito por la mañana, cruzando un monte que divide la isla. Según nos acercábamos el paisaje se iba descarnando, el cielo se cubría y el viento azotaba. Así las cosas, cuando llegamos a la larga playa de arena, una auténtica rareza por estas latitudes, mucha gente se marchaba. A pesar de ello el día no fue excesivamente malo y la playa estaba hasta arriba. Casi mejor sin sol, porque nos habríamos torrado. Pudimos disfrutar del día relajándonos, y con algunas olas en el mar.

Cruzando el interior de la isla
El mar revuelto y el paisaje descarnado
Increíble pero cierto: playa de arena en Croacia

El domingo nos decantamos por deshacer parte del camino hecho y pasar la mañana en Opatija, para aprovechar y dejar hechos ya los peores kilómetros. Opatija está al otro lado de Rijeka, justo en el inicio de la Península de Istria, pero en el este, al otro lado de ciudades como Vrsar o Novigrad. Destaca por ser la localidad más señorial de la costa istriana, y es que el Imperio Austrohúngaro la convirtió en su destino costero. Es curioso circular por su bulevar repleto de edificios del siglo XIX. Además es famosa por ser bastante pija, ya que tiene numerosos hoteles de lujo, casinos y toda la pesca, como si de un pequeño Mónaco se tratase. Con dificultades conseguimos aparcar el coche y nos marchamos un rato a la playa. Había muchas pero todas de hormigón. Y el oleaje este día también era fuerte. Pero algo salvó la mañana, y es que en una de las playas había colchonetas hinchables al más puro estilo de Humor Amarillo. Estas cosas están muy de moda últimamente por aquí y pasamos un rato en grande pegándonos guarrazos.

El estilo austrohúngaro en la playa como que no pega
La costa oriental de Istria me pareció algo diferente a la del oeste
Haciendo el gamba con Rijeka al fondo

Finalmente, ya entrada la tarde, nos encaminamos de vuelta a casa. Pero no habíamos comido y haríamos una última parada en Ilirska Bistrica, la localidad más grande de esa comarca eslovena por la que pasa la carretera. Su nombre recuerda a la tribu de los ilirios, uno de los pueblos indoeuropeos de esta zona que habitaban antes de la llegada de los romanos. En su origen tenía el nombre de Bistrica, pero con la conquista de Napoleón y la creación de las Provincias Ilirias a principios del siglo XIX pasó a tener la denominación actual. Este período histórico fue importantísimo para el desarrollo de la nación eslovena y hace un par de años leí mucho sobre él, con la intención de escribir un artículo, cosa que nunca llegué a hacer. Tal vez algún día me dé por hacerlo y publicarlo en el blog. El caso es que por esta razón me apetecía ver el pueblo, pero resultó muy decepcionante, ya que no hay absolutamente nada que ver.

La plaza del pueblo en Ilirska Bistrica

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