Este año el Giro volvía al
Zoncolan y tenía la intención de regresar. Pero el miedo a que no fuera tan especial como la primera vez y, sobre todo, el hecho de que esta edición terminara al día siguiente a menos de diez kilómetros de Eslovenia, en la ciudad de Trieste, hicieron que me decantara por solo pasarme un día y ver la fiesta final de la ronda, algo que no había visto nunca. Además, este segundo plan contaba con el extra de poder ver con más calma esta preciosa y única ciudad a la que le dediqué
solo un par de horas hace ya más de tres años que supieron a poco. Fuimos con más tiempo y pudimos disfrutar del arrobador palacio de Miramare a las afueras de esta ciudad que mezcla como ningún otro el estilo italiano y el austrohúngaro. También le dedicamos tiempo a caminar por el centro, enclavado entre el principal puerto del golfo de Trieste y las imponentes colinas colindantes. Apreciamos escasos ejemplos del supuesto bilingüismo de la zona (recuerdo una vez más que en Trieste hay una importante minoría eslovena y como tal su idioma tiene carácter oficial), además de recorrer sus bonitas calles del casco antiguo y su teatro romano, algo que ya vimos en aquella primera visita. Lo que no habíamos visto entonces fue el castillo, en lo alto de una colina y que domina el territorio, ofreciendo grandes vistas por un módico precio.
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Algo así junto al mar te quita el sentido |
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El centro de Trieste desde el castillo |
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La catedral de Trieste y un antiguo templo romano junto al castillo |
Una vez realizado el turismo pertinente y según se acercaba la hora de los ciclistas nos acercamos al lugar elegido del circuito final por el que los ciclistas pasarían unas cuantas veces, un pequeño repecho. No había una enorme cantidad de gente en esta parte y pudimos encontrar un buen sitio en el que verlos de cerca. El ciclismo es uno de los deportes más desagradecidos para ver en directo. Son horas de tediosa espera junto a la carretera para verles pasar a toda pastilla durante escasos segundos o minutos. Esta vez al menos tenía la recompensa de verles pasar unas cuantas veces. Después de algunas vueltas nos pusimos rumbo a la plaza principal para ver el
sprint final en las pantallas gigantes colocadas, pues la línea de meta estaba abarrotada. Espectacular fue el berrido que pegue para celebrar la victoria del esloveno Luka Mezgec, la primera para su país en el Giro. Y todo ello en un lugar con tanto simbolismo para la historia eslovena como es Trieste, donde de vez en cuando se dan episodios racistas contra los eslovenos. Curioso me resultó que los muchos eslovenos presentes allí no parecían tan exaltados y luego a nivel mediático no se le dio la repercusión merecida a tal éxito. Al final de etapa siguió una ceremonia final bastante descafeinada, en parte por el chaparrón que nos cayó encima (segundo de las mismas características para mí en sendas visitas al Giro) y en parte por una pésima ubicación del podio. ¡Con lo bonita que es la Piazza dell'Unità d'Italia! Los principales éxitos fueron para los colombianos, con Nairo Quintana del Movistar (si me decantara por un equipo ciclista, éste sería el mío) a la cabeza, enloqueciendo a la ingente cantidad de aficionados de este país entre el público. Casi había más que italianos. Fue todo un honor y una experiencia ver recibir a Quintana el trofeo de su primera grande de muchas que están por venir.
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Así estaba ya la meta cinco horas antes de la llegada |
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Movistar guiando el pelotón |
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Gloria rosa para Nairo Quintana |
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