De
la Hungría profunda a los abismos rurales de Eslovenia. Tan solo un fin de semana después de conocer algo más el país magiar volví a conducir hacia el este, aunque un poquito más cerca. El objetivo era pasar el día en Šentrupert en casa de una amiga para celebrar un cumplea
ños. Šentrupert es un pequeño pueblo de la región de Dolenjska que forma su propio municipio junto a las aldeas colindantes solamente desde el año 2006. Está en una comarca con suaves colinas y un tanto apartada de las grandes vías de comunicación, lo que hace que mantenga un agradable ambiente rural. Tanto es así que tuve la sensación de estar en un pueblo en Eslovenia después de mucho tiempo, sensación curiosa cuando precisamente vivo en uno. Supongo que lo tengo ya tan interiorizado y visto que ni me doy cuenta de ello. Fue un placer dar un paseo por el campo y disfrutar de la naturaleza en una tarde muy agradable. Aparte de por una interesante iglesia gótica y de la tumba del mayor asesino en serie de la historia eslovena (la cual no nos dio por visitar y que se encuentra aquí al ser el cementerio más cercano a la prisión de Dob pri Mirni, la más grande y una de las pocas del país), Šentrupert se ha hecho conocido desde hace poco tiempo por dar cobijo a un museo de kozolci, justo enfrente de la casa de mi amiga. El kozolec es el máximo exponente etnográfico de la cultura eslovena. Se trata de una gran estructura de madera que sirve de pajar, en la que el heno y otras productos agrícolas se cuelgan para que se sequen. Individuales o dobles, salpican el campo esloveno, muchas veces en un estado lamentable debido al olvido al que los están desterrando las nuevas tecnologías agrícolas. Por eso decidieron abrir el verano pasado este museo, transportando gran cantidad de ellos hasta Šentrupert para crear un museo al aire libre donde se pudieran conservar y la gente tuviera opción a visitarlos. A pesar de contar con fondos europeos la entrada sube hasta la astronómica cifra de cuatro euros, así que nosotros, siendo casi locales, decidimos colarnos. Pasamos un buen rato subiéndonos a ellos y observándolos, hasta que la directora del museo tuvo a bien venir a echarnos. Fue un viaje directo a la adolescencia. Probablemente este altercado también despertó en mí esa sensación de estar en el pueblo.
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Dežela kozolcev, es decir, la tierra de los pajares |
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Atardecer en Šentrupert |
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