De
un vecino a otro. El puente de todos los santos nos dirigimos una vez más a Italia. Pero a diferencia de todas las veces anteriores no como lugar de paso sino como destino. Salimos el sábado por la mañana y recogimos a un par de chicas por el camino para compartir los gastos del viaje. Son prácticamente 500 los kilómetros que separan Milán de Liubliana, así que se necesita una parada larga a mitad del viaje para descansar. Y la oferta de ciudades italianas que visitar en torno a la mitad del recorrido es de aúpa. Nos decantamos por Padua. Encontramos el centro sin problemas y aparcamos por el módico precio de diez euros al lado del centro. Durante un par de horas recorrimos sus calles, atestadas de gente y de mercadillos. No había visto tantos mercadillos en mi vida. Cada plaza, y había muchas, tenía el suyo. En total no creo que se alejara mucho del tamaño del Rastro, aunque no tenían conexión entre ellos. Por lo demás, Padua es una bonita ciudad italiana más, aunque ésta no me lo pareció tanto. Tiene bonitas plazas y algunas iglesias de entidad, como la Basílica de San Antonio, donde está enterrado el famosísimo santo del mismo nombre y al lado de cuya tumba me sonó el móvil. Pero el conjunto histórico no tiene un encanto especial como otras urbes de este país.
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En el enorme Prato della Valle |
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La basílica de San Antonio de Padua, con el Gattamelata
de Donatello a un lado |
Una vez en Milán nos llevó tiempo encontrar el hostal, bien de precio para lo que es esta ciudad. Soy de esos que odian los GPS, así que nunca lo uso. Me fio mucho de mí mismo. Fue un poco estresante, pero si tardamos tanto en llegar al alojamiento fue porque Milán es ya una ciudad de un tamaño considerable y no dispone de una circunvalación interior muy fluida. Mi hermana nos había hablado bastante mal de la ciudad, pero, tal vez precisamente por ello, nos gustó mucho y nos sorprendió gratamente. Realmente disfrutamos paseando por el centro, con sus avenidas comerciales pijas y viendo enormes monumentos como son la Galería de Víctor Manuel o la Catedral. También destacable es el castillo de los Sforza. No como La Scala, que arquitectónicamente no tiene mucho que ofrecer. El Metro de la ciudad está bastante bien y facilita mucho la visita. En fin, que me pareció una ciudad muy agradable y digna de ver. Además, uno ya no está acostumbrado a las grandes urbes y siempre gusta volver a una. Por cierto, que no he dicho a qué fuimos a Milán. A Monika le debía un favor por acompañarme al
concierto de Iron Maiden y se lo devolví asistiendo a un macroconcierto en las afueras de Milán de los estadounidenses Queens of the Stone Ages. Solo los conocía un poco, pero el concierto me gustó bastante (incluidos los teloneros, los británicos Band of Skulls). Pero algo me impidió disfrutarlo del todo, y es que después teníamos que recorrer los 500 kilómetros de vuelta a través de la madrugada del domingo al lunes. Fue mucho más llevadero y fácil de lo esperado.
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Belleza gótica |
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En si misma toda la Piazza del Duomo es una preciosidad |
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También hay tranvía en la ciudad. En el transporte público
había una importante campaña publicitaria de Eslovenia
como destino turístico |
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