No todos los días tiene uno la oportunidad de ir a un concierto de uno de los mejores grupos de rock del estado español en Eslovenia. Aunque no se trataba del primer concierto de un grupo de allí al que iba aquí. De hecho hace un par de meses estuve viendo en Rog a los segovianos, amigos de amigos, Entröpiah, grupo de grindcore con el que, extrañamente, no coincidimos en los escenarios cuando No me Jodas. Pero lo de Berri Txarrak era otra cosa. Es verdad que tampoco es que sea su mayor fan; en realidad, jamás he escuchado ninguno de sus discos entero. Pero sí muchas de sus canciones. Son el grupo más importante de rock en euskera, cosa que yo creo que es la que me echa hacia atrás a la hora de escucharlos más. Pero sus melodías y su intensidad son sencillamente espectaculares. Y eso es lo que tuve el privilegio de poder experimentar este lunes. Como uno de los grupos estatales con mayor reconocimiento internacional se han echado a las carreteras para recorrerse media Europa en dos o tres semanas, a concierto por día. Y la parada del lunes 3 de diciembre era el bar Orto de Liubliana, sin duda el mejor garito de rock de la capital (a pesar de su nombre). Y he dicho privilegio porque apenas éramos 20 personas en la sala, la inmensa mayoría erasmus vascos. Eso sí, también había un personaje de esos que se te graban a fuego en la memoria: un hombre esloveno de cierta edad ataviado con la camiseta y la bufanda del Athletic coreando consignas abertzales entre canción y canción. Hasta los del grupo se descojonaban. En teoría había un grupo de metal esloveno como teloneros, de nombre Inmate, pero yo creo que no tocaron, porque no había ni rastro de ellos. El caso es que no lo sé, porque yo trabajaba hasta tarde y apenas medio minuto después de pagar la barata entrada de siete euros y pasar a la sala los vascos comenzaban. Sería una hora de intenso repertorio y un buen show, con sus canciones más populares e incluso con algunas palabras en esloveno, gesto digno de elogiar. Era su primera vez en el país y para mí fue un conciertazo. Hubo una comunión total con el público. A mí al día siguiente me dolía el cuello, dato inequívoco de que fue un buen concierto. Me lo gocé bastante e incluso me metí en un minipogo que se formó, lo cual no hacía desde tiempos inmemoriales. ¡Así da gusto matarse a currar un lunes!
Fantástico tío, algo bueno tendría que tener vivir allí, ;-)
ResponderEliminarEstos navarros son la caña.