Silvia le dio mi contacto a un periodista que había conocido en un evento. Así empezó todo. El susodicho me contactó a mí a su vez, y concertamos una cita para hacer la grabación. Se trataba de un programa de Val 202, una de las diferentes estaciones de radio de la radio nacional. El programa en cuestión llevaba por título "Evropa osebno" y se dedicaba a contar las vidas, al mismo tiempo normales y diferentes, de extranjeros en ese pequeño país. Cuestión de tamaño, el dar tanta importancia a los foráneos. Nos empezamos a conocer al calor de una bebida caliente en una céntrica terraza de la capital, bajo los engañosos rayos de sol de un invierno agonizante. Él no cesaba de preguntar, con el desdén de aquel que ha escuchado demasiadas veces las mismas historias. Yo no paraba de hablar, en ese idioma en el que tal vez por primera vez mantenía una conversación de tal calibre. Ya conocía cosas de mí, maravillas de la era Google. Además, garabeataba datos aquí y allá cuando lo creía conveniente. Supongo que fue en ese momento cuando comenzó a tejer en su mente una historia que se pudiera vender, la historia de mi vida. Que si esto y que si aquello, y que si aquello de un poco más allá. Cuando creyó haberle dado forma al producto, pagó nuestras consumiciones y me hizo seguirle hasta su lugar de trabajo. Allí repetimos, pero esta vez con un micrófono apuntándome directo a la boca. Media hora en esa tesitura. Él preguntaba y yo respondía una vez más, como si de un déjà vu se tratara. "No te preocupes", me decía, que después el editaría, modificaría y moldearía mis palabras a su gusto. Y yo me dejaba, mi ego satisfecho en el fondo más miserable del ser humano.
Y eso es lo que hizo, como pude comprobar unos días después. A partir de una historia sencilla, de las que hay miles en este mundo globalizado, creó algo comercial que atrapara al público. A duras penas lo pude comprobar "en directo". Las obligaciones laborales sólo me permitieron alcanzar los últimos retazos de la novela. Menos mal que ahí estaba Internet, para sacarme del apuro. Le di al play, para afrontar la confirmación de que los periodistas son unos artesanos de las palabras. ¡Quién tuviera ese don! Quien es capaz de darle forma a las palabras, es capaz de infinidad de cosas. Tanto por hablado como por escrito. Pero, supongo que, al fin y al cabo, la esencia es algo que ni el mayor domador de palabras puede arrebatar. Y lo que yo oí era yo, en esencia.